Parecen reivindicaciones antiguas, dignas de quien quemaba sujetadores hace 3 o 4 décadas. Y bajo este estigma se ignoran a ratos y se utilizan políticamente a otros. Los gritos ‘feministas’ parecen ligados a la Cosmopolitan o a Sexo en Nueva York. Curiosamente productos muy alejados de la lucha real por la igualdad de géneros, aquella que no busca la discriminación positiva ni hacer de las diferencias una bandera con el eslogan «nosotras somos mejores».

Mujeres trabajadoras
Las organizaciones de mujeres y sindicatos batallan aún a día de hoy por conseguir cosas básicas, como reducir la brecha salarial entre hombres y mujeres. Sí, parece mentira pero aún existe. Indican que las mujeres necesitan trabajar 54 días más que un hombre para alcanzar el mismo sueldo. Dicho de otro modo, su ganancia media es del 88,3% del salario medio que percibe un hombre en el caso de los contratos temporales. En el de los contratos indefinidos, el porcentaje se reduce al 76%. Según UGT, y en líneas generales, en 2008 el sueldo de una española representaba el 78,1% del de un trabajador varón. Aunque la cifra ha mejorado cinco puntos en relación a 2006, aún queda mucho por hacer. La brecha salarial a nivel europeo es de un 15%; la nuestra supera el 20%.
De estos datos se extrae la idea de que un hombre podría empezar a trabajar el 22 de febrero de cada año y cobrar lo mismo que una mujer. De ahí se extraen los 54 días y también el establecer la fecha de hoy para conmemorar el Día Europeo para la Igualdad Salarial entre Hombres y Mujeres. Un acontecimiento que el Gobierno español aprobó oficialmente en 2010 y que, por tanto, este año se celebra por primera vez a nivel nacional.
¿Cuáles son los motivos de la brecha salarial? Según una nota de prensa de la Organización de Mujeres de la Confederación Intersindical, «las mujeres no perciben el mismo salario que los hombres principalmente porque no ocupan los mismos empleos, es decir, porque persiste la segregación horizontal, que concentra a las mujeres en ciertos sectores de la actividad y en ciertas ocupaciones; y la segregación vertical, que supone un desigual reparto de hombres y mujeres en la escala jerárquica e impide a las mujeres acceder a los puestos de decisión y mejor remunerados». A ello se le suma la persistencia de prejuicios y estereotipos o su mayor presencia en empleos precarios y a tiempo parcial. Y todo eso a pesar de que hoy en día están muchísimo más preparadas que hace un par de décadas. Aún queda mucho camino por recorrer.
Foto: The women of oil and natural gas por Energy Tomorrow en Flickr.com.
xabi
No hay por donde sostener lo de la brecha salarial. Existen complementos salariales, como la productividad, la peligrosidad, la nocturnidad o las horas extra, que son cobrados mayoritariamente por hombres. Y tampoco se puede decir que los empleos en los que hay mayoría de mujeres son más precarios que aquellos en los que los hombres son mayoría. No se puede tener sólo en cuenta el sueldo o la temporalidad de un puesto para decir que un puesto es precario, sino también los propios riesgos laborales intrínsecos al puesto. Y es evidente que prácticamente no hay mujeres que vayan a trabajar a una mina, o se pasen seis meses embarcadas en un barco pesquero, a merced de las mareas, o en las fundiciones, soportando un calor tremendo. No, las mujeres están mayoritariamente en puestos donde prácticamente no existen riesgos, o al menos no riesgo de muerte. Además, decir que hay brecha salarial es decir que los convenios colectivos por los que se rigen la mayoría de las empresas no sirven para nada. También entra en clara contradicción con otra de las afirmaciones del feminismo de género, que es que el paro femenino es mayor que el masculino. La existencia de la brecha salarial y el mayor paro femenino son opuestos, porque si la brecha salarial existiese, entonces no habría mujeres en paro, porque los empresarios no son tan tontos como para soportar un coste salarial mayor por el mismo trabajo. Y entonces, el 100% de la gente en paro serían hombres.